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miércoles, 19 de julio de 2023

Orcas asesinas y el submarino Titan.

"Quiero una muerte tonta, 

de esas que nadie se explica" 

-Los Punsetes.

Mientras las redes sociales explotaban con noticias, especulaciones y memes sobre lo que pudiera haberle sucedido al submarino Titan, el sumergible había ya implosionado el 18 de junio de 2023. Con veintidós pies de longitud, era del mismo tamaño que una ballena orca adulta.

La noticia estaba en todas partes, iba completándose, a manera de rompecabezas, con cada dato que los medios revelaban al público. 

Primero hubo esperanza: quedaban unos días para que el oxígeno que alimentaba al tanque y daba vida a sus pasajeros, se terminara. Las brigadas de apoyo buscaban incansablemente en el fondo del mar. Yo imaginaba a las cinco personas a bordo sudando, en crisis, perdiendo la cordura entre la falta de alimento y el olor pestilente de sus heces, pues en las noticias escuché que el baño sólo tenía espacio para un galón de desechos.

Después, alguna noticia fatalista anunció: "se ha acabado el oxígeno en el Titan, sus pasajeros están oficialmente muertos". Una película de espanto, de esas donde se lucha por la vida a costa de quien sea o lo que sea. ¿Pero qué podían hacer esos cinco pobres millonarios, encerrados con tornillos en una cápsula en medio de la vastedad del mar?

Finalmente, se develó que la nave había implosiando un par de horas después de iniciar su descenso. "Murieron sin dolor", se dijo. Ni remotamente cercano a la angustia que suponía imaginar a sus pasajeros luchando durante días por el oxígeno, mas debió haber sido terrorífico enterarse de los problemas técnicos que afrontaba la nave: estaban atorados -según se lee en el registro de comunicación con la torre de control que los monitoreaba-, escucharon estruendos causados por la presión del agua sobre el metal, los indicadores de estatus estaban en rojo, el comandante trataba de tranquilizarse, de tranquilizar a los otros. La nave, que debía subir a cierta velocidad, no parecía alcanzar la cifra anhelada. Se iba perdiendo la esperanza de volver a la superficie, promesa por la que pagaron 250 mil dólares en un contrato que, con "letra chiquita", hablaba del riesgo de perder la vida en el viaje. Más ruidos ensordecedores: el Titan colapsaba.

La explicación mediática, con videos de ejemplificación, señaló que la implosión sucedió en  cuarenta milisegundos, a una temperatura mayor a la del sol. Pensar esto despertó en mí una manera distinta de horror, una especie de pesadilla en la vigilia que me persiguió por días. Me imaginaba ahí sentada, quizá mirando por la ventanilla hacia dentro de la inmensidad oceánica, sin alcanzar a sentir dolor o a mirar mi cuerpo desintegrarse. ¡Pum! Ya no estoy ahí, ni en ninguna parte. Como en esa serie de Netflix, Russian Doll, donde el personaje que interpreta Natasha Lyonne muere veintiséis veces de las maneras más absurdas, en una fantasía ciencio-ficticia donde lo último que ella mira es un taxi embistiéndola, o la explosión de una estufa de gas, o la profundidad de una alcantarilla a la que cae. Ella siempre despierta en otra vida. Pero en la realidad, al menos hasta donde sabemos, después de morir no hay nada. Ahí es a dónde fueron a parar nuestros cinco millonarios, incautos de que esa mañana, en la cual planeaban ver las ruinas del Titanic, se convertirían en ruinas ellos mismos, partículas microscópicas que por lo menos alimentarían a los seres marinos.

Aquellos días soñé varias veces con el Titan. Mientras hacía mis actividades diarias lo recordaba, me gustaba detenerme un momento e imaginar cómo había sido el último segundo de sus tripulantes. "Ahora estoy viva. Ahora ya no". Me perturbaba, pero a la vez me fascinaba, lo pequeñísima y frágil que es la vida humana, aún la de esas personas que según nuestro sistema capitalista valían más que yo, pues poseían mucho más de lo que yo poseeré nunca. Lo pienso sin ningún afán grandilocuente, simplemente observando cómo la Madre Naturaleza, en su omnipotencia, pudo acabar con cinco de los hombres más ricos del mundo en un tronido de dedos.

También por aquellos días fue que llevé a mi hija al parque de diversiones SeaWorld. Había un mural de madera construido y pintado a manera de submarino, con un hueco en la cabina del dibujo, detrás del cual se suponía que nosotras, turistas, nos pusiéramos para sacar una foto. Un desasosiego me invadió. Pensé en el Titan, como si le guardara algún tipo de luto en el cual, meterme yo a un submarino de mentiras representaba una afrenta, aunque era más bien un recordatorio de mi propia y perecedera humanidad. Igual nos metimos y sacamos la foto.

Más tarde, al ver el show en el cual dos magníficas orcas hacían malabares en un tanque de apenas unas veinte veces su tamaño, algo más profundo se movió en mí. Me entraron unas ganas incontrolables de llorar. "Ésta es Takara, de treinta y dos años", dijo la entrenadora, señalando a una de ellas. Casi mi edad. "Éste es Tuar, quien nació aquí en SeaWorld hace veinticuatro años". Yo derramaba lágrimas que me limpiaba pronto para que mi hija no las viera. "Veinticuatro años siendo un esclavo", pensé. Recordé la noticia de las orcas salvajes que, apenas hacía unos meses, había dado la vuelta al mundo, pues atacaron y hundieron tres yates en Gibraltar: yates de gente rica como las cinco víctimas del Titan, o como la mayoría de los ahogados en el Titanic en 1912, o como los dueños de SeaWorld. Pensé en Shamu, la orca actriz que en el filme Liberen a Willy de 1992 me había otorgado una consciencia medioambientalista siendo yo apenas una niña, fue entonces cuando entendí que los animales en parques acuáticos no eran más que prisioneros del capitalismo circense.

Shamu se me presentaba ahora en las figuras de Takara y Tuar, las dos ballenas malabaristas que, como Willy, esa noche nos pedían ayuda con sus imponentes presencias. Pensé en el tráfico humano. En la prostitución infantil. En la esclavitud moderna. En los migrantes que perecen cada año tratando de llegar a un país con mejores oportunidades. Volví a Tuar, a Takara, percibí el síndrome de estocolmo que presentaban ante sus entrenadores. Sentí su sufrir. Las escuché decirme, en un lenguaje del corazón, que hiciera algo por ellas. 

¿Cómo les puedo ayudar? Me pregunté. 

Me lo sigo preguntando. Por ahora, simplemente expando la consciencia, reflexionando para mí, para los otros -como hago escribiendo este artículo- sobre cómo puedo mirar más hacia el planeta, la naturaleza y su doble condición de creadora/destructora. Sobre cómo tener presente la doble condición creadora/destructora del ser humano en su ambición por conquistarlo todo a través de la tecnología. Pero no somos más que eso: simples humanos. "La tecnología es sólo un reflejo del ego de nuestra especie", me dijo un amigo hace poco, cuando le contaba mis inquietudes sobre el Titan y las orcas esclavas. 

Lo es. Creo que la enseñanza para mí, es que debo bajarle a mi ego humano. Debemos, como colectivo, pero empezando yo como individual, analizando la manera en que mi presencia le afecta al planeta. Porque sólo entendiendo que todos estamos interconectados, que somos parte de un mismo cuerpo (la Tierra), lograremos tratar al planeta con cuidado y amor. No vivimos sin los demás y los demás no viven sin nosotros. La naturaleza nos conforta tanto como pudiera matarnos, si quisiera. Combatir ese ego nocivo (pues también existe un ego constructivo) equivale a dar un primer paso hacia dejar de contribuir a nuestra propia destrucción.

martes, 15 de mayo de 2018

Maestros, maestros por todas partes.

Recuerdo con cariño a la maestra Tencha, mi profesora de literatura en la secundaria. En ese tiempo yo era dark y rebelde. Un día volví del receso para encontrarla leyendo mi cuaderno donde solía escribir poemas y hacer dibujos súper elaborados, a ese cuaderno le dedicaba todas las horas que no le dedicaba a la socialización.
     Al principio me mostré recelosa de mi privacidad, pero ella se portó buena onda, preguntó de dónde había copiado los poemas, le respondí que yo los había escrito y entonces opinó que escribía muy bien para una chica de mi edad. Más tarde en el año me comentó: "Erika, cuando publiques un libro no te olvides de mí, házmelo llegar que me encantará leerte", también me regaló pases para ver a Carlos Fuentes en el Festival Letras en el Golfo. Ese fue mi primer contacto real con la literatura, la primera vez que alguien ponía en mi cabeza la idea de dedicarme a ella, además de mostrarme que los escritores existían como personas comunes de carne y hueso; no me pareció difícil entonces decir "quiero ser escritora". 
     La maestra Tencha supo que publicaría un libro antes de que yo misma lo supiera, ella creyó en mí y es por profesores/amigos como ella que estoy aquí, echándole ganas a este oficio que puede llegar a ser ingrato pero es también satisfactorio. En Estados Unidos no existe un día del maestro como en México, pero existe "la semana de apreciación del maestro", algo celebrado sólo por la comunidad escolar. En México cualquier excusa vale para hacer fiesta. Extraño un poco eso: el día del maestro es sonado en las noticias, en los microbuses, en las sobremesas, en las redes sociales, en los grupos de chat.
     Así que quiero tomar un momento para agradacerles a mis maestros, gracias a quienes soy la profesionista que soy. Creo que los puedo contar como amigos y tienen un lugar especial en mi corazón. De la prepa: Gabriela Brito, Román René Orozco y el padre Pepe Mendez Alcaraz. De la licenciatura: Vladimir Guerrero, Monica Torres Torija, José Antonio García Pérez, Humberto Payan, Alma Trejo y Reina Armendáriz. De la maestría: Santiago Daydi-Tolson, Melissa Wallace, Francisco Marcos-Marín, Marlgorzata Ollewskewicz-Peralba, Jack Himelblau. Maestros de taller: Julián Herbert, Gerardo Segura, Eduardo Antonio Parra, Amélie Olaiz y Cristina Rivera Garza. Eso sin contar a los profesores que me han transmitido conocimientos a través de sus libros pero que no he conocido en persona. Pero sobretodo quiero reconocer a los más importantes, mis maestros de vida, los profesores no académicos que me enseñan lecciones existenciales todo el tiempo con el simple hecho de compartir conmigo su vida, entre ellos se cuentan todos mis amigos y familiares.

lunes, 5 de febrero de 2018

Sueño que sueño que te sueño cuando nos sueño

Esta mañana mientras tomo el té, tengo un recuerdo contigo. O quizá es el recuerdo de un sueño contigo. El té, para mí, va sin azúcar, por ello nunca uso cuchara, pero hoy he encontrado un bichito hirviendo en el agua dentro de la taza y hube de meter una cuchara para sacarlo, por inercia la he dejado ahí. Mientras bebo, siento el frío del metal rozándome la cien. Es esa insignificancia la que aviva el recuerdo de una noche que pasamos en el café Buena Vista.  Casi no íbamos a ese café, pero fuimos aquella vez, teníamos hambre y antojo de crepas. Me pedí un americano y al ponerle azúcar cometí el acto infantil de abandonar la cuchara adentro. Me lo seguí bebiendo así, deteniendo su movimiento con los dedos cada que ponía la taza en mi boca. Tú sugeriste que sacara la cuchara, según me explicaste, el metal hace que se enfríe más pronto el café. Cuestión de lógica, pero yo nunca me caractericé por entender las leyes de la lógica. Debió haber sido una noche fría como las tantas de mis recuerdos contigo. Lo que ni tú ni yo notamos, fue que me estabas enseñando algo nuevo, me transmitías un poco de la sabiduría cotidiana que dominan las personas de climas fríos como tú. A mí, la muchacha costeña que experimentaba las primeras heladas de su vida y también, sin saberlo, uno de los grandes amores de su vida.

En cada ciudad que he vivido he aprendido usos parecidos de parte de mis amistades, manías propias de la subsistencia en determinada región, instauradas ancestralmente y definidas por el tipo de clima. Así es como también he aprendido de lo variada que puede ser la naturaleza. En San Antonio la lluvia. En McAllen la tibieza ambiental, incluso en plena Navidad. En El Paso el calor seco o el frío seco, extremos, desérticos. En mi Tampico la humedad que cae sobre todas las cosas y personas, la lluvia tropical y la humedad, el calor implacable y la humedad, el viento que anuncia tormentas eléctricas y... ¿ya mencioné la humedad? Dallas no es tropical pero aquí también experimento ese viento húmedo en días nublados. Casi siempre está nublado, hoy lo está. Si, como quisiera creer, nosotros creamos nuestra realidad cual si estuviéramos narrando una ficción en un texto, elegí venirme a una ciudad nublada para acompasar la melancolía que camina junto a mí desde la ultima vez que nos vimos, tener sueños cálidos en otras geografías donde por contexto tú no perteneces. Me vine aquí para dejar de soñar contigo.

Pero te decía del frío, el frío que es tuyo, tuyo conmigo y con la gente que amo de allá. Mío con las calles que llevaban a la uni mientras me protegía en la calefacción de mi auto, mía con la alcoba de adobe y un calentoncito eléctrico enrojeciéndome las mejillas (calentón, sí, así aprendí a decirle entonces al aparatejo ése que yo solía llamar calentador), mi alcoba donde nunca estuviste, como no has estado en ninguna de mis alcobas. Quizá por eso te sigo soñando en fiestas y lugares públicos u hoteles y habitaciones imaginarias, nunca en tu habitación o en la mía.

Un amor disfuncional, mutilado desde su origen, un amor con maldición. ¿Y qué si el hechizo se rompe el día en que te meta en mi alcoba? Como el hechizo que rompimos cuando pasamos la noche juntos. Fue como desenvolver un caramelo y comérnoslo despacio: detener el tiempo en un momento de pequeño goce. Hacer una travesura porque los dulces dan ansiedad y el amor también. Hasta hoy llevo el recuerdo en la boca, ácido, como afrutado. Y si el hechizo se rompió es una lástima porque era lo que me provocaba sueños desbocados contigo. Pero estar ahí, en la realidad, lo valió todo. The real thing, honey, the real thing.

Ahora sólo falta que un milagro te haga cruzar fronteras, “cortar a través del cielo” -cómo me gusta citar a Slowdive-, y meterte en mi alcoba, en lo íntimo, más sagrado de mí. Pocas veces visité tu habitación en casa de tu madre, pero al menos tuve el privilegio mientras tomábamos mate por primera vez. Tuvimos muchas primeras veces juntos, ¿o lo soñé? Hablábamos de Cortázar o Borges, ejecutábamos cada acción con pretensión torpe y calculada, honrando sin querer lo jóvenes que éramos. Tan pretenciosos, tan jóvenes pero aún tan lentos, desatinados, siempre la estábamos cagando. La verdad es que aún la cagamos, pero sucede que ya no nos tomamos la vida en serio, ¿cuánto más nos hubiéramos disfrutado si antes hubiéramos sido como ahora? No perderíamos un minuto, una sola oportunidad. Venceríamos el miedo y el cansancio. Sobre todo el miedo, ese tren de paso que nos trajo hasta donde estamos: ningún lado. Supongo teníamos todo por perder y nuestro amor no ofrecía mucho que ganar. ¿Será? ¿Será que no sabíamos cuán inagotables íbamos a ser el uno para el otro? Me gusta mejor creer que sí lo sabíamos y que tomamos esta decisión más o menos conscientes porque nos gustan los retos y porque, como a Leonard, ”we never liked it fast, we've always liked it slow”.

Un suspiro, cariño, eso has sido y sigues siendo. Un suspiro que doy en solitario. Un suspiro en la noche. Me consuela que ya lo hemos dado al unísono y he esperado en lo profundo de mí a poder repetirlo, cada día pierdo un poco más la esperanza. Suspiro en la mañana cuando te acabo de saludar en sueños. Suspiro mientras sale una canción nuestra en la estación de rock de la radio, no escucho mucho la radio pero a veces tengo qué. La música está en todas partes y es la forma que toma tu voz para llamarme, me trae tus mensajes encriptados para que los descifre mi neurosis. Hoy, por ejemplo, me hablaste con Tom Waits: "hope I don't fall in love with you". Pues que hopeless que es Tom, parece decirnos: sigan esperando, chavalitos, porque ya es tarde para eso.

Es muy pinche tarde para todo. Estamos cansados de siempre tener que despertar cuando lo mejor en el sueño está por acontecer. Y aquí es cuando despierto: ocho de la mañana, no sé si todos estos años he estado dormida o si fuiste carne alguna vez; si yo misma, la que despierto, soy un sueño que tú has construido o si existo, si hay una mujer detrás de estas letras que se escriben un día helado pero atemporal, bien podría ser enero o podría ser agosto, en los sueños las estaciones aparecen borrosas. Una lluvia nos mira cruzar la Avenida Universidad rumbo al Cinépolis con una botella de tinto escondida bajo el abrigo y, luego, empieza otro sueño de nuestro soñador incierto, nuestro fucked up Dios, que odia vernos juntos.



jueves, 30 de agosto de 2012

Cuando la ninfómana dejó de ser ninfómana

Ella nunca esperó al hombre perfecto, pero supo que había llegado cuando se encontró montada en él y pensando: "orgasmo, ¿dónde habías estado toda mi vida?".

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Soy un hecho menor, invisible y olvidable.

“Una época alberga muchos eventos menores, que ocurren en el borde del tiempo y son invisibles, o bien pasan para sus contemporáneos como excentricidades o anécdotas olvidables. Y, sin embargo, más allá de las grandes fechas, de las invasiones, las masacres y las guerras, son ellos, esos hechos, los que van a cambiarlo todo, a decidir el porvenir.”

-Severo Sarduy, Pájaros de la Playa.

martes, 25 de mayo de 2010

Fetichismo

He descubierto que tengo un fetish hacia los libros: los deseo, los poseo, los coloco en los estantes, les quito el polvo periódicamente, se hallan acomodados cronológica, regional y temáticamente. Me detengo todos los días frente al librero y los contemplo, los reacomodo, saco alguno al que le tengo ganas y lo hojeo, lo acaricio, lo huelo, a veces me lo pego al rostro...

Sin embargo, el proceso para hacerlos totalmente míos, para poseerlos de verdad, suele ser mucho más largo, de días o semanas. Por eso algunos ni siquiera llegan al que debería ser su destino final: no han sido leídos, quizá no lo serán en muchos años.

lunes, 25 de enero de 2010

El hombre de mis sueños

El hombre de mis sueños se parece a Kenton: alto, grande, su color de piel y de ojos, su barba, su rostro, su personalidad, su buen carácter. Pero el hombre de mis sueños tendría gafas, sería talvez más menudo, el cabello de lado. No roncaría, le apasionarían las mismas bandas que a mí y se sabría las letras de mis canciones preferidas; leería los mismos libros que yo y luego los debatiríamos antes de dormir; sería un experto en arte, un buen argumentador y hablaría con mucha retórica.

Aunque de hecho, Kenton es mejor que el hombre de mis sueños: él sí existe.

jueves, 22 de enero de 2009

Eva que viajó por europa

"...y en verdad que nunca salió de estas amargas calles"
-Efraín Huerta
Eva estaba en un antro subterráneo bailando electrohouse y club dance con un europeo que la miró acabarse su cerveza de un trago, se limpió la boca con el brazo, tomó su bolso, su chamarra, y ascendió hacia la calle sin decirle palabra al muchacho, quien caminó con ella hacia el bar contiguo. Eva pidió otra cerveza y continuó caminando por las dimensiones del lugar, entre luces neón y gente aparentemente bajo el efecto de extrañas drogas. El europeo iba a su lado y Eva, sin detener el paso, tomaba de su bebida. Salieron por un pasillo como de estación de metro y cruzaron hacia otro bar cercano, el joven le cambió el lugar para que ella fuera del lado de la pared. Subieron unas escaleras y encontraron personas hipnotizadas por televisiones con imágenes intermitentes. Terminó la otra cerveza, bajaron las escaleras hacia la barra, entonces él, que no le había hablado quizá por la barrera del lenguaje, se atrevió a preguntarle en español mal pronunciado: “Dime una cosa, ¿andar por la vía pública con tu cerveza en la mano está permitido en tu país, o lo haces aquí sólo para evadirme?”. Lo miró, sonrió, tomó el contenido del vaso de un sorbo, se dio la vuelta y siguió caminando.
El video es el culpable conciente de este viaje subconciente.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Motocicleta

Querido diario de sueños...

Érase una vez un pelón, algo atractivo, que llegaba en una motocicleta. La moto tenía quién sabe qué peculiaridad. "¿Porqué no damos un paseo?", preguntó Betty, la prima, entusiasmada de probar la novedad. "Yo manejo", dijo Eva.
El pelón aceptó y comenzó a enseñarle trucos: "Arrancas aquí. La velocidad la controlas con este botón. Si jalas los manubrios, se levanta la llanta de enfrente y comienzas a andar en una sola llanta, ¿ves?". Eva aprendió rápido, aún sabiendo que era peligroso, estaba ansiosa por conducir. Se subió al asiento donde Betty y el pelón se amontonarían también, agarrado cada uno de la cintura del de enfrente.

Eva condujo a una velocidad casi irreal, el viento hasta les estiraba la cara. Probó cuán bien había aprendido a usar el aparato, hizo los trucos que le habían enseñado y cuando alcanzaron la velocidad máxima, preguntó cómo se detenía. "No sé", contestó el pelón. "¿Cómo que no sabes?", y sintió miedo. Pensó que iban a morir o que alguno de los tres terminaría muy lastimado. Luego de un rato de tensión, supo que la responsabilidad era suya, tenía que actuar, y hacerlo rápido. Descubrió que la velocidad bajaba a medida que ella se iba calmando, y así con la tranquilidad fueron deteniéndose, hasta parar sanos y salvos.

martes, 25 de noviembre de 2008

Birthday girl

La levantan sus papás con una llamada de "felicidades, hija". Lo primero que hace en el baño, es verse al espejo. Las ojeras acentuadas por el maquillaje corrido, los cabellos quebrados y alborotados. Qué pinche vieja te estás poniendo. Se dice para en seguida reñirse a sí misma. Tú con tu pesimismo siempre, en lugar de ponerte a pensar "qué bueno que no tienes un hueso feo en la nariz o los ojos chiquitos".

Al elegir su outfit recuerda aquél cumpleaños, como a los diescisiete, en que le había dado por vestirse de princesa rocker -no le pregunten cómo era eso- y trajo una tiara de plástico por toda la escuela, recibió como mejores regalos, una blusa de Marduk, un paquete de tamarindos de mango y una cajetilla de Marlboro Blancos, que eran los que fumaba entonces.

Así desde su primer cumpleaños de Rosita Fresita -donde la piñata era mucho más grande que ella-, la habían acostumbrado a ser la princesa de su día. Años después, otro veinticinco de noviembre, se le había concedido ser la Sirenita, princesa de la playa a la que iba todos los domingos después de misa -y ahora que ni a la playa, ni a misa iba-. También fue la Bella en otra ocasión, princesa enamorada de alguna bestia que bien podría ser el niño más feo del salón y que para mejor desgraciarlo sus padres habían llamado Tomás, y todos le cantaban: "Tomás, qué feo estás". Pero a ella le parecía encantador a su lado en la foto del pastel. Luego fue Pebbles Picapiedra, luego la Power Ranger rosa, hasta que vino el "ya no quiero piñata mamá, quiero una fiesta con sonido disco".

A partir de ese cumpleaños se la había pasado bailando cada veinticinto de noviembre. Claro que por aquél tiempo bailaba tomando soda y comiendo Sabritas, jugaba Verdad o Castigo y la Semana Inglesa. A los quince bailó el Valz, en vestido azul marino -su mamá no la había dejado que fuera negro-, chambelanes, pastelote, video y toda la cosa... era tan la dueña de esa noche, que no le importó robarse unas cubas, como aprendería a hacerlo en las quinceañeras de sus amigas.

¿En qué momento empezó a celebrar brindando con su Ulises y con piñas coladas? Con cerveza de un peso el cuartito (en Ciudad Juárez, hacía cuatro años) o trepada en el escenario del 299 en el D.F., borrachísima, gritando por el micrófono "¡hoy es mi cumpleaños!". "¿Quién le invita una cubeta?", había dicho la vocalista de la banda de heavy metal. Unos weyes se ofrecieron, pero terminó pichándola el Quick.

Otros cumpleaños fueron de cantina y caguamas, o de whiskey barato como cuando Sarahí le regaló una serie de articulos fashion -porque ya desde hacía años había dejado el negro y se había obsesionado con el leopard print y el vintage-. Se acuerda que el año pasado nevó el mero día, y tuvo que trasladar la fiesta del patio a la sala, ¡y qué fiestón se armó! Baile frente al calentador y abrazos toda la noche.

Mientras elige su outfit de cumpleañera, ya no con el fin de parecer princesa sino intentando hallar en su closet prendas juveniles que le rebajen los años, a ver si con suerte le piden su ID para comprar cigarros, se pone a pensar en otros cumpleaños en los que estuvo sola a la luz de la computadora y al calor del vino tinto que teñía sus mejillas en tanto que pensaba: "a la chingada, en estas situaciones siempre está quien tiene que estar". Y ahí no estaba nadie.

Pero ahora comprende que esas fechas no se tratan de estar al lado de alguien bebiendo alcohol o comiendo pastel, porque eso sucede cualquier día. Más bien siempre está quien tiene que estar en la cercanía de una llamada, un mail, un mensaje de texto. Y qué mejor cuando es posible la cercanía de abrazos con los que le han dicho varias veces que siempre estarán con ella, así como los que de verdad ya no están pero siempre están, incluso esta mañana helada en que cumple veintitrés.

Y veintitrés no es tanto, es sólo más que veintidós. Años de experiencia que se le acumulan a uno en el cerebro y el corazón donde pareciera que no cabe más gente, pero que se sigue estirando y estirando como un globo incapaz de reventar. Reflexionar eso le sobra para pensar qué bien ha vivido aquellos veintrés años de tropiezos y carcajadas, y qué bien los surcos de las ojeras a las que tanto coraje les tiene, son como heridas de una guerra victoriosa que está a punto de ganar. La guerra de la vida. Happy birthday to me.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Un sueño de fábula Zen

Cuando iba a suceder algo -cosas trascendentales o en veces cualquier lluvia-, me encontraba con un hombre que me lo anunciaba, era casi anciano y con sombrero, vestía de negro y lo sabía todo de mí, incluso lo que yo nunca le he dicho a nadie.

En una ocasión sentí la presencia de una figura oscura y pequeña, una presencia que había sentido antes. Esta vez quise asirla con mis manos, casi segura de que terminaría palmoteando al aire como una loca. Pero no pasó así. Me hallé abrazando un muñeco de plástico, de esos inflables. Era como una simple silueta negra de formas abultadas, sin cara, sin cabello y sin la separación de los dedos. Algo me dijo que aquél extraño evento tenía relación con el hombre que lo sabía todo de mí. Comencé a buscarlo en lugares llenos de gente, alguna tienda o un cruce peatonal... logré concentrarme, corrí rápido, rápido, hasta que pude flotar sin que la gente me viera, avanzaba entre ellos cada vez más rápido, rápido, hasta alcanzar la velocidad de la luz.

Durante el viaje, en un lugar inmaterial me encontré frente a aquél hombre, me habló de la espiritualidad en una especie de lenguaje telepático, me indicó un lugar al que tenía que ir... seguí sus instrucciones y concluí en una pequeña habitación con cinco personas más, algún lugar indefinido del universo donde se me reveló que tanto ellos como yo habíamos sido alumnos del maestro. Los seis habíamos superado la prueba final.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Visión adulta de mi infancia

En los sueños revives muertos y luego matas vivos y luego matas vivos que ya estaban muertos... pues continuando con lo que este blog realmente es, mi diario de sueños:
Mi tío Oscar Grande platicaba conmigo, yo ya no era una niña como cuando él murió, sino que a mi edad actual y a la edad de él cuando vivía, manteníamos una larga conversación como de dos amigos, entonces descubría que teníamos tanto en común... su gusto por la historia y las letras...
Pero volvía a morir y me heredaba su biblioteca. Lo perturbador fue verlo muerto, como no me dejaron verlo cuando en realidad murió. Mi abuela, su hermana, por alguna razón comenzaba a embalsamarlo pacientemente (como la Tía Tula unamuniana hacía con sus difuntos).
Después, un pleito absurdo con mi hermana por un garrafón de agua, otro pleito a gritos con G. Schekaiban, mi amigo de la infancia.. adultos todos, pero peleando como si aún fuéramos niños. Finalmente una huída en un carro deportivo futurista.
Me impresiona cómo puedo ser tan lógica y de la nada me pongo agresiva, y de la nada me pongo surreal... supongo que por eso son sueños los sueños...

lunes, 8 de septiembre de 2008

Fiebre de insomnio

Y no sé porqué me aqueja este famélico insomnio, en la vigilia y aún cuando logro dormir. Mi mente tortura a mi cuerpo, los pensamientos se concatenan y me parecen infinitos uno tras otro, uno tras otro, hasta que a varias horas, por fin la mente se rinde y deja que el pobre descanse, pobre cuerpo exhausto de parranda o exhausto de cognición.

Y luego cuando duermo, la carencia de sueños. Así cuando estoy despierta, la realidad como onírica me trae por ahí viviendo entre niebla de ilusiones. Porque me vuelve loca esta fiebre de insomnio, de insomnio cuando no duermo e insomnio cuando puedo hacerlo. Insomnio. In-somnio. Out-somnio. Sin sueño. Tampoco sin maldita realidad.

lunes, 1 de septiembre de 2008

De novios fugitivos en bicicleta

Querido diario de sueños...

Como se ven las cosas desde un automóvil en movimiento, pasó frente a mis ojos la imagen de una plaza, un parque, en la acera derecha. Sentada en las escaleras de concreto había una muchacha vestida de novia. Tenía las manos en la cara y no pude distinguir si aquél era un gesto de aburrimiento o si lloraba.

Con curiosidad seguí observando por el retrovisor. Se erguía en medio de la calle como si ningún auto, más que el mío, pasara por ahí. El día estaba nublado y las texturas de piedra de la plaza y la calle, daban un ambiente gris que contrastaba con la blancura del vestido, un modelo que aunque le ceñía el cuerpo hasta la cintura, tenía una falda exageradamente amplia y casi redonda, como esos diseños de fantasía que sólo se ven en la Vogue.

Aquella figura de cisne miraba hacia la dirección en que yo me dirigía, como reprochándome. Levantó del suelo algún artilugio… ¿una bicicleta? Intentó subirse a ella.

Por un momento pensé que se trataba de mí misma, de una premonición o ese tipo de cosas que sólo se ven en sueños. Así que decidí dar la vuelta a la manzana para volver a pasar por ahí. Cuando estuve nuevamente frente a ella, miré que el vestido no era como el de Gwen Stefani, ni traía el cabello como lo había imaginado, así supe que no se trataba de mí, sino de alguna otra novia fuera de lugar.

Me detuve y le pregunté porqué estaba ahí. No me contestó, creo que ni siquiera me vio. De repente su cara cambió de luz, recargó la bicicleta y corrió a abrazar a un hombre vestido en smoking blanco, mismo que después le ayudaría a subirse en el aparato.

Entonces lo supe, que sí era yo, era Eva y el novio había llegado por ella, o por mí, o por ambas.

martes, 26 de agosto de 2008

Del pumple de Mariana y la felicidad

La quinceañebria de Mariana +10.


La cumpleaÑERA...


Los chambelanes...
La Lilly viéndome las nalgas ja
Feliz borrachera ¿eh?

Los quiero amigos son lo mejor :')


Cumple de Mariana 2008

Te amo Kenton eres el mejor :)

lunes, 21 de julio de 2008

Yo quiero que me case Jodorowsky

Qué pedo, estaba buscando vestidos de novia (ni me pregunten por qué) y recordando la controversial boda de Marilyn Manson con Dita Von Teese (actriz porno) que me voy enterando quién los casó y casi duré con la boca abierta un minuto entero.

Pues recuerdan que el Manson se fue a casar a Irlanda en un castillo de un amigo suyo y que la Dita salió en un vestido púrpura (que como dato curioso, es el color que suelen usar las viudas cuando se casan)... todo "gótico" el asunto; no entiendo cómo fue que Manson salió amigo de Alejandro Jodorowsky y este último resultó admirador de él: "La primera vez que vi a Manson pensé qué monstruo tan hermoso, esta es la clase de monstruos que me gusta usar en mis películas…", dijo Jodorowsky.

Y aunque su matrimonio no duraría mucho, demostrándonos que la psicomagia no puede curar las "diferencias irreconciliables" que terminan en divorcio, para darle otro toque más de exoticismo a su boda, Jodorowsky los declaró, en su inglés con acento latino "monstruo y pornstar", perdón, "marido y mujer".


miércoles, 2 de julio de 2008

Tropical con lluvias en verano

Sin embargo, no todas las lluvias me gustan… me gustan las lluvias tropicales, las lluvias ruidosas, las lluvias de ideas, las lluvias de daiquiris de fresa y las lluvias ácidas. Las de chocolate me encantan, pero decidí bajar cinco kilos. En cuanto a las lluvias de lágrimas, lluvias de verdades, lluvias de recuerdos y esas lluvias centelleantes en las que “diosito mueve sus muebles en el cielo”, dejaron de gustarme cuando me di cuenta que ya soy una adulta y aún no me llevo bien con la realidad.

domingo, 22 de junio de 2008

Poltergeist

A la memoria de nuestra amiga Sarahí, 18 de junio 2008,
porque ella, sin embargo, jamás despertó del sueño
en el que un depravado golpeador la apuñaló con una navaja.


Y de la gran casona, el fantasma se hallaba metido en una sola habitación, amplia y alargada con un pasillo y muchos closets.

Eran amigos todos los que integraban el grupo; entraron a la casona, quién sabe en busca de qué, pero escuchando desde la planta baja el ruido que había en el cuarto de las manifestaciones. Sintieron primero un miedo silencioso, luego se armaron de valor.

Subieron las escaleras y entraron a la habitación, los closets comenzaron a cerrarse y abrirse, las cobijas de las camas a volar por el aire y de repente una fuerza invisible atacó a Eva, la zarandeó por encima de todos y la aventó contra la pared, después unos puños inmateriales le azotaron el rostro. Los compañeros perseguían a la joven que rodaba y volaba por el cuarto, tratando de salvarla de la furia de aquél poltergeist al que habían llamado “Pancho”.

Le gritaron su nombre “¡Pancho, Pancho, suéltala!”, hasta que lanzó a la chica al suelo, entonces ella intentó correr hacia la puerta pero ésta se cerró de golpe, fue jalada de los pies hacia el centro de la habitación y otra vez comenzó a ser golpeada, Pancho la elevaba para luego dejarla caer, le contorsionaba el cuerpo, le cortaba la piel, hasta que los jóvenes la tomaron en brazos, abrieron la puerta y salieron. Tenía un ojo morado, los labios reventados y la cara hinchada, ella se limitó a decir: “¿Qué le pasa, por qué se ensaña conmigo?”.

Se fue la luz en toda la casona, huyeron a gatas en medio de la oscuridad hasta dar con la salida. Subieron a un automóvil que Eva comenzó a manejar a toda velocidad, pero al dar una vuelta demasiado abierta, se rompió el barandal del puente (o highway) y cayeron al vacío. La sensación de caída era tan real, que despertó… “Eva, estabas soñando”, se dijo a sí misma y se encontró tranquila en su habitación de Chihuahua.

Y entonces despertó en serio… estaba en Tampico y la muchacha del aseo quería tender la cama.

lunes, 9 de junio de 2008

Si sabes el futuro... puedes cambiar el presente.



Tomando vino todo el día, sola en casa de él, esperando a que llegue de trabajar y la meta en la cama y juntos vean películas y viajen por las galaxias y se amen hasta evaporarse el uno con la piel del otro.

Tomando vino... sola en casa de él... esperándolo... su novia.

No quiero pensar qué tipo de esposa tendrá el pobre.

miércoles, 4 de junio de 2008

Visitas submarinas

Querido diario de sueños...

Eva y Ulises tenían un bote inflable que además era submarino. Era compacto, pero cabían cuatro personas. Viajaron en él a un complejo de departamentos submarinos del que eran socios. Cada departamento era como una van con todo integrado, su pequeña cocineta, frigobar, una mesita y un par de camas dimutas. Por las ventanas se veían los peces y los tiburones.

Habían recibido visitas... Ana, Bekka y Ramón. Los había llevado un submarino-bus que paseaba turistas hacia los departamentos.

Eva estuvo feliz de recibirlos, aunque Ulises se mostraba incómodo por la presencia de alguno de ellos. Lo único que había en el frigobar, por ocupar todo su espacio, era una gran caja de jugo de uvas, que Eva ofreció a sus invitados.

Sonó la alarma de emergencia, el lugar se iba a deplomar. Todos entraron en un pánico nervioso, tenían que tomar su bote inflable que además era submarino, pero no cabían los cinco, uno se tenía que quedar.

Ulises decidió que se quedara Ramón, y desde la lejanía en el bote inflable que además era submarino, vieron los departamentos caer poco a poco.

Mientras Ulises conducía, irrumpió en el bote un silencio general. Eva y las demás muchachas sólo esperaron, sin decir nada, que Ramón pudiera tomar el submarino-bus a tiempo.

 
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