lunes, 5 de febrero de 2018

Sueño que sueño que te sueño cuando nos sueño

Esta mañana mientras tomo el té, tengo un recuerdo contigo. O quizá es el recuerdo de un sueño contigo. El té, para mí, va sin azúcar, por ello nunca uso cuchara, pero hoy he encontrado un bichito hirviendo en el agua dentro de la taza y hube de meter una cuchara para sacarlo, por inercia la he dejado ahí. Mientras bebo, siento el frío del metal rozándome la cien. Es esa insignificancia la que aviva el recuerdo de una noche que pasamos en el café Buena Vista.  Casi no íbamos a ese café, pero fuimos aquella vez, teníamos hambre y antojo de crepas. Me pedí un americano y al ponerle azúcar cometí el acto infantil de abandonar la cuchara adentro. Me lo seguí bebiendo así, deteniendo su movimiento con los dedos cada que ponía la taza en mi boca. Tú sugeriste que sacara la cuchara, según me explicaste, el metal hace que se enfríe más pronto el café. Cuestión de lógica, pero yo nunca me caractericé por entender las leyes de la lógica. Debió haber sido una noche fría como las tantas de mis recuerdos contigo. Lo que ni tú ni yo notamos, fue que me estabas enseñando algo nuevo, me transmitías un poco de la sabiduría cotidiana que dominan las personas de climas fríos como tú. A mí, la muchacha costeña que experimentaba las primeras heladas de su vida y también, sin saberlo, uno de los grandes amores de su vida.

En cada ciudad que he vivido he aprendido usos parecidos de parte de mis amistades, manías propias de la subsistencia en determinada región, instauradas ancestralmente y definidas por el tipo de clima. Así es como también he aprendido de lo variada que puede ser la naturaleza. En San Antonio la lluvia. En McAllen la tibieza ambiental, incluso en plena Navidad. En El Paso el calor seco o el frío seco, extremos, desérticos. En mi Tampico la humedad que cae sobre todas las cosas y personas, la lluvia tropical y la humedad, el calor implacable y la humedad, el viento que anuncia tormentas eléctricas y... ¿ya mencioné la humedad? Dallas no es tropical pero aquí también experimento ese viento húmedo en días nublados. Casi siempre está nublado, hoy lo está. Si, como quisiera creer, nosotros creamos nuestra realidad cual si estuviéramos narrando una ficción en un texto, elegí venirme a una ciudad nublada para acompasar la melancolía que camina junto a mí desde la ultima vez que nos vimos, tener sueños cálidos en otras geografías donde por contexto tú no perteneces. Me vine aquí para dejar de soñar contigo.

Pero te decía del frío, el frío que es tuyo, tuyo conmigo y con la gente que amo de allá. Mío con las calles que llevaban a la uni mientras me protegía en la calefacción de mi auto, mía con la alcoba de adobe y un calentoncito eléctrico enrojeciéndome las mejillas (calentón, sí, así aprendí a decirle entonces al aparatejo ése que yo solía llamar calentador), mi alcoba donde nunca estuviste, como no has estado en ninguna de mis alcobas. Quizá por eso te sigo soñando en fiestas y lugares públicos u hoteles y habitaciones imaginarias, nunca en tu habitación o en la mía.

Un amor disfuncional, mutilado desde su origen, un amor con maldición. ¿Y qué si el hechizo se rompe el día en que te meta en mi alcoba? Como el hechizo que rompimos cuando pasamos la noche juntos. Fue como desenvolver un caramelo y comérnoslo despacio: detener el tiempo en un momento de pequeño goce. Hacer una travesura porque los dulces dan ansiedad y el amor también. Hasta hoy llevo el recuerdo en la boca, ácido, como afrutado. Y si el hechizo se rompió es una lástima porque era lo que me provocaba sueños desbocados contigo. Pero estar ahí, en la realidad, lo valió todo. The real thing, honey, the real thing.

Ahora sólo falta que un milagro te haga cruzar fronteras, “cortar a través del cielo” -cómo me gusta citar a Slowdive-, y meterte en mi alcoba, en lo íntimo, más sagrado de mí. Pocas veces visité tu habitación en casa de tu madre, pero al menos tuve el privilegio mientras tomábamos mate por primera vez. Tuvimos muchas primeras veces juntos, ¿o lo soñé? Hablábamos de Cortázar o Borges, ejecutábamos cada acción con pretensión torpe y calculada, honrando sin querer lo jóvenes que éramos. Tan pretenciosos, tan jóvenes pero aún tan lentos, desatinados, siempre la estábamos cagando. La verdad es que aún la cagamos, pero sucede que ya no nos tomamos la vida en serio, ¿cuánto más nos hubiéramos disfrutado si antes hubiéramos sido como ahora? No perderíamos un minuto, una sola oportunidad. Venceríamos el miedo y el cansancio. Sobre todo el miedo, ese tren de paso que nos trajo hasta donde estamos: ningún lado. Supongo teníamos todo por perder y nuestro amor no ofrecía mucho que ganar. ¿Será? ¿Será que no sabíamos cuán inagotables íbamos a ser el uno para el otro? Me gusta mejor creer que sí lo sabíamos y que tomamos esta decisión más o menos conscientes porque nos gustan los retos y porque, como a Leonard, ”we never liked it fast, we've always liked it slow”.

Un suspiro, cariño, eso has sido y sigues siendo. Un suspiro que doy en solitario. Un suspiro en la noche. Me consuela que ya lo hemos dado al unísono y he esperado en lo profundo de mí a poder repetirlo, cada día pierdo un poco más la esperanza. Suspiro en la mañana cuando te acabo de saludar en sueños. Suspiro mientras sale una canción nuestra en la estación de rock de la radio, no escucho mucho la radio pero a veces tengo qué. La música está en todas partes y es la forma que toma tu voz para llamarme, me trae tus mensajes encriptados para que los descifre mi neurosis. Hoy, por ejemplo, me hablaste con Tom Waits: "hope I don't fall in love with you". Pues que hopeless que es Tom, parece decirnos: sigan esperando, chavalitos, porque ya es tarde para eso.

Es muy pinche tarde para todo. Estamos cansados de siempre tener que despertar cuando lo mejor en el sueño está por acontecer. Y aquí es cuando despierto: ocho de la mañana, no sé si todos estos años he estado dormida o si fuiste carne alguna vez; si yo misma, la que despierto, soy un sueño que tú has construido o si existo, si hay una mujer detrás de estas letras que se escriben un día helado pero atemporal, bien podría ser enero o podría ser agosto, en los sueños las estaciones aparecen borrosas. Una lluvia nos mira cruzar la Avenida Universidad rumbo al Cinépolis con una botella de tinto escondida bajo el abrigo y, luego, empieza otro sueño de nuestro soñador incierto, nuestro fucked up Dios, que odia vernos juntos.



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