miércoles, 24 de junio de 2015

Soy demasiado vieja para ir a festivales

Austin City Limits
"Ya estoy vieja para ir a festivales de música", me he encontrado a mí misma repitiendo esta frase por años. Más argumentos contra festivales los escucho en boca de mis amigos: "odio que se llene tanto que ni estás agusto", "odio ver a la banda chiquitita y a través de las megapantallas", "prefiero ver sus conciertos en Youtube", "odio ser enana y lidiar con los grandulones que se plantan enfrente". Yo también odio eso, odio los festivales, pero asisto porque son la única forma de ver en vivo a mis bandas más queridas, de tener cerca a ese grupo de individuos que ha creado música para hacerme sentir, pensar, bailar, llorar... disfrutar, pues.

El problema tiene que ver, definitivamente, con crecer. A diferencia de años atrás, cuando mi única preocupación era aprobar las materias de la uni, invertía vastas horas en investigar talentos emergentes. Ahora reparto mi tiempo en mis muchos proyectos, en trabajar, estudiar, asear la casa, cocinar, hacer ejercicio, salir con amigos y mantener la dignidad de mis avatares en las redes sociales (crucial en el siglo XXI, ¿no?). Todo esto me deja con unas cuantas horas a la semana para hacer búsquedas musicales ya muy depuradas, de segunda o tercera mano, lo cual provoca que mi música sea la música que ya escuchan la gran mayoría de los mortales. Muy de vez en cuando dedico un fin de semana entero a buscar propuestas más "under", cambio la música de mi iPad y aguanto otros meses.

Modest Mouse en el FunFunFun Fest.
Lo mismo con los conciertos: antes pasaba días investigando qué bandas darían show en bares locales, las oía previamente y llegaba preparada para pasarla bien un martes, entre un público de 50 a 100 personas. Ahora sólo espero a que mi iPhone me avise, con la aplicación de conciertos, sobre las bandas más o menos "populares" que visitarán mis ciudades aledañas, rogar por que caiga en fin de semana, y ver si tendré tiempo y ningún otro compromiso para unirme a la horda de más de 200 personas que asistirán. Aún esto pasa cada vez menos. La neta es que hoy en día mis esperanzas se concentran en aguardar la llegada de los grandes festivales, para ver a mis bandas a un kilómetro de distancia, en calidad yo de partícula de polvo perdida en el mar de miles de adultos jóvenes, que pasan la mitad del concierto asegurándose de que su video se haya grabado bien en el celular (¿en serio alguna vez vuelven a ver esos videos?). 

En realidad oír y ver bandas populares no tiene nada de malo para mi ego, qué demonios, están chidas, me molan, con eso tengo (antes no: escuchar algo "mainstream" era sacrílego). Lo inconveniente es que la popularidad sí afecta mi experiencia con respecto a la música. Por eso odié el FunFunFun, Austin City Limits y el Corona Capital. Por eso me enamoré del Nrmal emisión Monterrey, el Utopia y el SXSW. Los dos primeros eran, al momento de yo asistir, festivales pequeños donde la masa fue cortés y suficientemente ligera como para escabullirme hasta adelante sin problemas. Así pude ver a las bandas de cerquita, mirar detalladamente cómo tocan sus instrumentos, qué equipo traen, qué caras hacen.

6th Street durante el SXSW
El SXSW merece especial mención, ya que, I mean, ¡sucede en toda una ciudad! Son tantas las bandas, y tantos los estilos musicales, y tantos los días, y tantos los bares, y tan grande el centro de Austin, que permite la misma experiencia de un festival pequeño: tienes que escoger cuidadosamente a qué show irás, a cuál de las cientos de bandas estás más deseosa de ver. Una vez tomada la difícil decisión, te diriges al barecito, pagas tu cover de $5 o $15 o $25 dólares, recoges tu cerveza gratis, te paras frente al escenario junto a otros 20 espectadores, y te preparas para establecer una conexión íntima con los músicos.

Heavenly Junkie, San Antonio, TX
El viernes pasado fui a un bar alt llamado Hi-Tones, ahí descubrí una banda local que, de verdad, me gustó más que muchas otras hiper famosas de las que llenan bares en Austin.
Nombre: Heavenly Junkie. 
Estilo: algo así como electroindie. 
Integrantes: un bajero y un programador-guitarrista. 
Número de personas en el público: 5. 

¡Cinco personas! En el patio había más de 50 alcoholizándose y hablando de estupideces, la barra estaba llena, pero frente al escenario sólo yo y otros cuatro freaks (vaya, ni mis amigos se quedaron). No entendía cómo los presentes podían estarse perdiendo de tanto talento. 

En el flow de mi borrachera descubrí, que para mí ése es el estado ideal de ver una banda, casi casi como ir a uno de sus ensayos: pude cerrar mis ojos y bailar, hice contacto visual con los músicos, escucharon mis gritos de aprobación, y al final, por poco, tuve la ocasión de ir a saludarlos, de contarles mis observaciones sobre lo chingona y original que me pareció su música. No lo hice porque primero le hablé a la chica de la banda gótica que tocó antes, con ella estuve platicando hasta que prendieron las luces para corrernos del lugar. Pero al menos sé que alguien con mucha imaginación y sensibilidad musical vive en la misma ciudad que yo, que me los puedo encontrar en el súper o en un bar, y que quizá algún día llenen la explanada en uno de los grandes festivales internacionales.

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