miércoles, 8 de junio de 2016

Nuevo ítem en mi curriculum: "domadora de adolescentes"

Este texto es un homenaje a mis amigos maestros,
a quienes admiro y respeto 
por el tiempo que invierten en tan noble causa.


Hace unos meses entré a trabajar a una preparatoria "charter" en uno de los barrios bajos de la ciudad. Me contrataron a medio año escolar para hacerme cargo de cinco grupos de primero de prepa (unos 140 estudiantes), cuya maestra anterior no los había guiado propiamente ni les había enseñado gran cosa. Así que los chicos estaban no sólo retrasados en el currículo, sino que no tenían estructura como salón de clases, entre ellos había un ambiente tóxico y no estaban acostumbrados a la disciplina ni a aprender. 

Me costó mucho sacarlos adelante. No se respetaban entre ellos ni me respetaban a mí, veían el español con desprecio. Cambiar estas conductas y percepciones culturales son un trabajo que requiere de años: yo sólo tenía ahí unos días. Las primeras semanas llegaba a mi casa a llorar toda la noche. Trabajaba de nueve a quince horas diarias, más los fines de semana que era cuando me dedicaba a calificar y preparar, cuidadosamente, clases que los inspiraran. 

Pasaba mi tiempo libre leyendo sobre educación, disciplina y métodos de enseñanza, tenía sueños recurrentes con los alumnos y con mi propio pasado preparatoriano. Las pocas veces que salía a la calle, veía gente con rasgos o estilos de vestir parecidos a los de mis compañeros de trabajo e inmediatamente creía que eran ellos.

Varias veces estuve a punto de renunciar: ya el doctor me había recetado pastillas para la ansiedad, tenía gastritis y una laringitis que me arrancó la voz de tanto malgastarla. No me di por vencida pues pensaba en la maestra que ya había renunciado a esos alumnos, y el hecho de que otra vez alguien renunciara a ellos no iba a ayudarles en sus auto-estimas, especialmente con lo difícil que es ser adolescente en estas épocas. Así que seguí, con todas las ganas, mostrando siempre la sonrisa, tratando de ser positiva y de que vieran en mí un modelo a seguir, pues a muchos de esos muchachos los únicos adultos que les hacen caso son los profesores.

Ayer fue el último día de clases y de mi grupo más problemático, unos diez estudiantes se acercaron a darme un abrazo. Los niños que al principio me odiaban ahora me saludan en los pasillos, unos me vienen a buscar al salón para cotorrear conmigo u oír música, y una niña me escribió una carta (hasta la tradujo con Google al español, awwe) en la que dice: 

usted es muy valiente por venir en medio del año, no somos los mejores estudiantes pero tratamos. Estoy muy orgullosa de tener una maestra tan valiente, tan agradable y tan responsable. Le deseo lo mejor porque es una heroína que nunca se da por vencida con nadie, no importa qué. Usted es mejor que nuestra última maestra y no ha renunciado a nosotros todavía. Espero regrese el próximo año ya que será un nuevo comienzo y una nueva oportunidad para los estudiantes nuevos". 
No voy a regresar el año que entra, aunque a estas alturas ya considero esa escuela como mi segundo hogar: los compañeros de trabajo (maestros, consejeros, directoras, subdirectores, prefectos) son increíbles y la administración apoya mucho a maestros y alumnos. Extrañaré a mis niños, quienes definitivamente me dieron una gran lección de vida, pero por el momento mi lugar está en otra parte.



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