Ya un mes sin mi mamá. Si de por sí siempre pensaba en ella, ahora mamá ha hecho de mí su hogar, vive en mi corazón, en mi mente, la memoria de mi cuerpo la imita, mis palabras son las que usaba ella, todo me la recuerda, porque finalmente cada detalle de la vida cotidiana ella me lo enseñó -desde comer con la boca cerrada hasta no darme fácilmente por vencida-.
Ahora que la extraño como nunca, me llegan caudales de recuerdos: lo buena onda que era, siempre fue cómplice de mis locuras, me permitía contarle de todo. Le hablaba de mis primeros novios, de mis “crushes”, luego de Kenton que ella me decía “para qué quieres novio en Juárez si ya te vas a Tampico a vivir, ¡córtalo!” Y terminó amándolo. Estaba contentísima en mi boda: una sabe, cuando se casa, que es un gran día, pero no se imagina que el tiempo pasará pronto y que las cosas no volverán a ser como son en ese momento, en el futuro habrá gente que nos faltará y recordaremos ese día como lo que fue: uno en el que todos estuvimos alegres, juntos como familia. Cuando me embaracé mamá se puso feliz, me llevó a comprar ropa de maternidad. Cuando se me rompió la fuente y yo intuía lo que sucedería -perdería a mi bebé-, mi mamá me fue hablando bonito en camino al hospital, luego sufrió con nosotros la pérdida. Muy parecido a cuando ella pasaba sus últimos días en el hospital y aún seguía optimista y hablándonos bonito. Hasta el día en que falleció estuvo bromeando y haciéndonos reír. En las buenas y las malas ella fue incondicional.
Más recuerdos: los viajes, tantos y a tantos lugares y con tanta gente que no los puedo contar, era una aventurera, por ella somos así mis hermanos y yo, “patas de perro”. Y su creatividad: encontraba soluciones creativas para ab-so-lu-ta-men-te-to-do. La música: amaba las canciones, de ahí mi sensibilidad musical, por ella soy fan de los sonidos ochenteros y uno que otro ritmo disco. Por ella soy bailadora y platicadora y bromista. También por ella soy compasiva y empática y lloro fácilmente -tengo un mes llorando todos los días, se ha convertido en mi pequeño ritual; pero no lloro de frustración ni de impotencia, es un llanto tímido, necesario, acompañado de incontables “te extraño mucho mamá”-.
Dicen que llega una edad en la que nos convertimos en nuestros padres, para unos es aterrador, pero a mí me reconforta porque mi madre honró el arquetipo de la madre: una figura cariñosa, maternal, nutricia, también firme, fuerte, líder, una mujer que vivía el presente con una intensidad que pocas veces he visto en las personas. Algunos defectos le heredé, pero los abrazo; con gusto acepto el reto de mejorarlos, ahora toca ser la persona de la que mamá estará orgullosa, seguir disfrutando de lo que ella disfrutó, de este mundo bello y las personas que lo habitan. Pero sobretodo me toca disfrutar lo que ella no disfrutó, y eso toma trabajo: debo de aplicarme en la construcción de un mundo a la medida de una persona tan chingona cómo fue mamá, yo misma debo tratar de ser una persona chingona como fue mamá, y sé que decir “chingona” es relativo, pero para mí significa ser como ella: una mujer que sonreía a toda hora y que a todo obstáculo vencía con un rayo de su luz para hacer llevadero el día a día, para que los que la rodeaban encontraran belleza en la vida y la disfrutaran -de paso disfrutaba ella viendo el goce del prójimo-.
Este es un homenaje chiquito a mi madre Flor Beatriz Izaguirre luego de un mes de no tenerla. Me hace mucha falta pero trato de mantenerme fuerte como ella siempre fue, por mí, por mi abuelita y mis hermanos.
Amen a sus mamis, disfrútenlas, perdónenles lo que tengan que perdonar. Yo por mi parte estoy en paz porque disfruté a la mía, le dije todo lo que le debí decir en el momento que debí decírselo, no me quedé con nada guardado y sé que ella tampoco porque fuimos muy parecidas, llevamos una relación madre-hija honesta y sana. Te amo, mami, que estas palabras-besos te alcancen hasta donde te encuentras.