Como colofón a mi Top 10 de Películas Perturbadoras, debo agregar esta película mexicano-belga-francesa llamada Batalla en el cielo (Battle in heaven) que fuera premiada por el Cannes, el Sundance y el Toronto Film Festival en 2005. Está dirigida por Carlos Reygadas, mexicano quien también dirigió Japón (2002) y Luz Silenciosa (2007). Esta última fue grabada en Cuahtémoc, Chihuahua, en una comunidad menonita donde me tocó verla durante su estreno mundial, rodeada yo de menonitas quienes a medida que la película avanzó, fueron abandonando -indignados- la sala de cine.
Batalla en el cielo utiliza una estética de lo grotesco, pues al observar cada escena (la gente en el metro, en el aeropuerto, las calles del D.F), parece que el director se esfuerza por grabar sólo a la gente rara, a la gente desvalida y fea (odio usar ese adjetivo). Pero de esfuerzo quizá no haya mucho, pues la vida cotidiana en la Ciudad de México no dista de ser así.
En el filme hay escenas casi pornográficas que resultan repugnantes pues rompen todos los esquemas que alguien puede tener acerca del sexo. Sin embargo, una vez que uno abre la mente, comienza a encontrar el encanto en la película, en la estética de las masas que se atraen y que embonan o contrastan magníficamente (dos cuerpos obesos, morenos, llenos de pliegues, haciendo el amor; o por el contrario, un cuerpo obeso, moreno, contra un cuerpo casi perfecto de mujer esbelta y nacarada).
La primera escena es una bofetada para el espectador: desnudos, aparece una muchacha joven y guapa, ante este hombre gordo desnudo, a quien le hace una felación. El espectador piensa de inmediato que se trata de un abuso sexual. Pero para la última escena que es exactamente la misma pero con un pequeño diálogo espléndidamente agregado, la visión de esa relación hombre-repulsivo/mujer-hermosa ya es totalmente comprendida por quien mira la película que trata de lo siguiente:
Marcos, un guardia de seguridad obeso y pobre, que hace las veces de chofer de la hija de su patrón, tiene una mujer aún más obesa, masculina, quien es vendedora ambulante en una estación del metro. No sólo se muestra lo que rodea a esta familia de clase baja (gente enferma, humilde, grotesca, un ambiente entre amarillento y gris), sino que nos retratan su intimidad y sugieren la existencia de un secreto fatal por el que Marcos debe entregarse a la policía. Sin embargo, este secreto es asociado, al menos por el espectador, con la afirmación de que la pareja acaba de perder un bebé.
Por otro lado está Ana, la hija del patrón, una muchacha clase media-alta que a escondidas de su padre se prostituye en una casa de citas simplemente por diversión. Las pocas escenas donde sale Ana (y más tarde su novio Jaime) contrastan con todas las demás, siendo reflejo de la clase alta mexicana: departamentos lujosos y en órden, automóviles caros, gente bonita y sonriente, luz blanquecina.
Lo que más me gusta es lo que no queda implícito en la película. El padre de Ana nunca aparece, entonces queda claro que la relación con su chofer (quien trabaja con ellos desde que Ana es una niña) ha sido más estrecha a lo largo de los años que la relación con su padre. Por ello, entonces, Ana accede a tener sexo con Marcos, no solamente porque se dedica a eso (como cualquiera pudiera creer), sino porque le guarda un afecto retorcido donde, psicológicamente, el chofer reemplaza a la figura paterna ausente.
Cuando Marcos asesina a Ana, se enfatiza el carácter bestial de las clases bajas, y uno no se explica por qué lo hizo, si la muchacha se había portado tan bien con él. Tampoco la película da ninguna respuesta, y el espectador se quedará repasando las opciones: ¿la mató porque Ana sabía "el secreto" y dicho secreto se trataba de algo más que la pérdida de su bebé (algún otro asesinato, quizás)?, ¿la mató porque ella era algo demasiado hermoso que contrastaba con el equilibrio de su munduzculo hórrido?, ¿la mató porque la amaba y sabía que nunca la podría tener?, ¿o porque amaba a su esposa y no soportó haberle sido infiel con una mujer bella?
Las preguntas quedan abiertas y al final Marcos se refugia en la fe y el arrepentimiento, dirigiéndose, de rodillas, a la Basílica de Guadalupe, ese lugar donde todos los pecadores de México van a pedir perdón, sin importar su apariencia, ni a qué clase social pertenezcan.