"Publicar no es parte esencial de un destino literario"
-Emily Dickinson
-Emily Dickinson
El número de publicaciones de libros se ha multiplicado por mil en Latinoamérica (antes se publicaban 36 mil libros, ahora 36 millones). Los índices de publicaciones suben, mientras los índices de libros que se leen al año disminuyen. Hay escritores, pero no hay lectores. ¿Entonces, cuál es el negocio editorial en Latinoamérica? ¿Justificar presupuesto gubernamental? ¿Pasearse presentando un libro –aunque sea malísimo- para creerse escritor de neta?
Con los siguientes datos se calcula que en México se edita un libro cada segundo. Esto significa que, aunque cada individuo leyera un libro por día, aún se estarían dejando cientos de libros sin leer:
PAÍS
|
POBLACIÓN
|
LIBROS QUE SE EDITAN AL AÑO
|
LIBROS POR PERSONA
|
Brasil
|
193.017.646
|
40.000
|
4825
|
México
|
103.263.388
|
17.000
|
6074
|
Chile
|
17.094.275
|
5.000
|
3418
|
Perú
|
28 220 764
|
3.000
|
9406
|
Ecuador
|
14.233.900
|
3.000
|
4744
|
No culpo a los gobiernos ni a los escritores, sino a los mecanismos con que funciona la era moderna: el error inició en el momento en que “ser escritor” se entendió como un oficio, cuando el escritor debería ser más bien una especie (en el sentido de que uno es escritor -diría Tarantino o diría Reiner María Rilke- por naturaleza, porque así se nace, un poco a la manera de los idealistas, quienes trabajan por meras motivaciones intrínsecas).
Total que a mi entender, el escritor pedigrí, el que escribe innatamente y produce literatura día a día sin pretensiones de ningún tipo, simplemente porque si no escribe se muere; ése, es hoy parte de una especie en extinción, mientras una gran cantidad de falsos escritores -quienes para rematar ni siquiera son buenos lectores- llenan el mercado (o los polvorientos almacenes) de los países tercermundistas.
Y nadie escapa a esta observación, yo misma me he preguntado: ¿de verdad soy escritora?, ¿soy lo suficientemente buena para justificar la tala de árboles que un tiraje de libros ocasiona? (suena mamón, pero los tiempos no están para olvidarnos del medio ambiente). Y es que -también como entes posmodernos- hemos sido educados para no renunciar a nuestros ideales. Mas tendríamos que ser muy sinceros con nosotros mismos para aceptar que tal vez en el pasado escribimos un libro de cuentos, un poemario o una novelita medianamente buenos, que quizás hasta tenemos premios nacionales, pero que ya no volvimos a escribir ni en cantidad, ni en calidad (ojo: dije escribir, no publicar) y esto sea quizás una señal de que, vaya, no somos escritores (inserte aquí carita triste).
Mi consejo -que seguiré yo misma-, es continuar produciendo literatura, pero manteniendo nuestro trabajo en observación constante, dejando que el tiempo decida y, como dijo el buen Borges que le dijo su padre, no apresurarnos a la publicación. Es fácil caer en la trampa del ego, un libro con nuestro nombre en la portada es la consumación de un sueño que se nos metió a la cabeza quizá desde que éramos niños, pero si no somos pacientes, autocríticos, esto puede resultarnos en un arma de dos filos, dándonos a conocer como patéticos escribidores.
Lo que es realmente digno de reconocerse, tarde o temprano sale a relucir por sí solo y queda grabado en la memoria histórica de la humanidad, así como, por el contrario, no todo lo que brilla es oro. Seguid escribiendo, hermanos escritores, pero no sin un sano recelo de humildad.