jueves, 17 de junio de 2010

Tokio Blues (Norwegan Wood), de Haruki Murakami.

Esta no es una simple historia de amor, Haruki Murakami (el autor) es mucho más complejo que eso: se trata de una novela psicológica, crítica, bien pensada, que trata sobre la vida y la muerte, sobre el amor y la sexualidad.

La historia comienza cuando un hombre ya maduro escucha una canción en un avión (Norwegan Wood de los Beatles, que en mi opinión tiene cierto ritmo oriental) y un flashback lo transporta hasta sus diecisiete años. La primera escena es en un bosque, justo como el título de la canción, y a lo largo de todo el libro se harán alusiones a éste paisaje tan propio del Japón, así como la misma letra de Norwegan Wood servirá de epígrafe que recuerda algunas situaciones de la novela.

Hay en la novela varios elementos que la identifican como japonesa: posee algo de filosofía Zen, al leerla recuerda al ánime y al manga, al cine japonés con su forma explícita de exponer las situaciones, las descipciones de la comida, de la vegetación japonesa, de la ciudad de Tokio, el metro, los clubs nocturnos, etc. El suicidio, presente en toda la novela, permite al autor filosofar acerca de la muerte (también me hizo pensar en qué tan comunes son los suicidios en Japón). De igual forma se da una crítica social al contar la historia desde la perspectiva del joven inteligente que vivió a finales de los 60s y rechaza las formas de pensar de los grupos estudiantiles que se revelaban contra el órden establecido sin ningún argumento de valor (al menos este libro propone una visión desesperanzada de la revolución).

Watanabe, el hombre del avión, se transporta entonces a los diecisiete años. En ese momento su mejor amigo, Kizuki, acaba de suicidarse. La ex-novia de Kizuki, llamada Naoko, será otro personaje principal por convertirse luego en novia de Watanabe.

Cuando Watanabe ingresa a la universidad se instala en Tokyo y comienza a experimentar la vida de estudiante con todo lo que el despertar de la adolescencia implica (acostarse con muchachas, masturbarse, vivir en solitario y sobre todo: ser libre), mientras Naoko termina en una clínica mental debido al trauma que le provocó el suicidio de su ex novio y el de su propia hermana, por lo cual vive en reclusión, reprimida sexualmente e integrada a una pequeña comunidad de personas igual de enfermas que ella. Watanabe va a ver a Naoko a esa comunidad (una clínica que está en las montañas), se queda ahí varios días y descubre que es un lugar fuera de lo común, un retiro espiritual donde se trata simplemente de vivir en paz con los otros y aprender a aceptar los propios defectos (muy al estilo de La Montaña Mágica de Thomas Mann, libro que Watanabe está leyendo en la historia).

En ese lugar, Naoko comparte habitación con Reiko, una pianista veinte años mayor que también fue tratada en la clínica hasta que se curó y decidió quedarse para ayudar a otros. Es interesante el papel que juega Reiko, pues luego de que cuenta el trauma que le provocó su enfermedad mental y que la separó de su esposo e hija (un escándalo que hubo sobre que ella era lesbiana), Murakami sugiere en varios puntos que Naoko tiene una relación lésbica sentimental con Reiko. La verdad es sólo una percepción mía, y aunque no me consta, parece ser que Watanabe lo sospecha, pues al final, cuando Naoko se ahorca a sus veinte años, Reiko sale de la clínica dolida por el suicidio de su amiga y se encuentra con Watanabe. Cuando caminan juntos por Tokio, él describe: "(Al estar con Reiko) Tuve la impresión de que ya había sentido antes algo parecido. Cuando paseaba con Naoko por las calles de Tokio experimentaba una sensación idéntica: de la misma manera que Naoko y yo habíamos compartido un muerto, a Kizuki, Reiko y yo compartíamos una muerta, a Naoko". Y de la misma manera en que Naoko y Watanabe terminaron acostándose luego de la muerte de Kizuki, Reiko y Watanabe... Bueno, mejor no les cuento.

Pero Watanabe tiene otra novia, Midori, a quien conoce en la universidad y de quien se enamora sin darse cuenta, al estar hipnotizado por el amor de Naoko. Estas dos personajes son abismalmente distintas, Naoko es angelical, inocente, habla muy poco (su problema psicológico radica en su inhabilidad para expresarse). En cambio Midori es deshinibida, curiosa, sana de mente. Watanabe es retraído, listo, pues a pesar de su dolor por la pérdida de Kizuki, no se deja vencer como lo hizo Naoko, él lucha contra sus demonios internos para salir adelante, volverse a enamorar y vivir la vida hasta sus cuarenta años, cuando está en un avión (me lo imagino con su traje ejecutivo) y recuerda que, hace mucho tiempo, se enamoró de una mujercita llamada Naoko cuya imágen se quedó por siempre detenida en la de una hermosísima joven de veinte años.

Cuando morimos tenemos esta característica de detenernos en el tiempo como el retrato vivo, el que fue, el que no volverá y se quedará en la memoria de quienes nos conocieron. Y Murakami lo expresa de una bella forma, con una bella novela. (Por cierto y valga el comercial, saldrá en su versión cinematográfica este año, ¡esperémosla!)

 
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