Era veintiocho de marzo, un día antes se había dormido pensando en que por la mañana tendría ya veinticuatro años. Lo despertó su mujer, la miró sonriente, canosa y vieja, le dijo feliz cumpleaños, sopla la velita. Se miró las manos también arrugadas, ¿cuánto tiempo había pasado? Fingió naturalidad y sopló la velita. La observó, ella era justo como en aquél sueño en que la vio envejecida, pero ahora no estaba soñando, sólo se había tragado medio siglo colándose por un vórtice en el espacio y el tiempo... Como de golpe pasaron frente a su memoria imágenes de su vida durante ese medio siglo. Entonces, pensó, no exageré de joven, cuando le afirmé que la vida era sólo un instante, un abrir y cerrar de ojos para el universo.
Ella, conciente de su Alzheimer, lo despertaba igual todos los veintochos de marzo, sin sospechar que en su mente él volvía a los veinticuatro años, cuando en un sueño la vio envejecida por primera vez.