martes, 30 de enero de 2018

Festival Internacional de Poesía Latinoamericana 2017

Norberto Flores, Erika Said, Gaby Rico,
Rossy E. Lima y Gerald Padilla.
Dos semanas antes de que falleciera mi madre, aún sin tener idea de la gravedad de su enfermedad, me encontraba en el Festival Internacional de Poesía Latinoamericana (FEIPOL) en McAllen, Texas. A veces pienso que ella ya se sentía mal y, de cierta forma, intuía su destino, pero me vio tan contenta cuando hablé con ella por FaceTime que no quiso estropear mi alegría. Eso es lo que una madre hace con sus hijos, lo que la mía hizo toda su vida. 
     Así que se me vino encima la prisa de la enfermedad y ya no pude escribir sobre mi experiencia en el festival, que fue efectivamente un motivo de mucha alegría, un viaje altamente gratificante y quizá el preámbulo ideal que me reforzó, preparándome sin querer para lo que venía: una especie de calma antes de la tempestad.
     FEIPOL es un punto de encuentro, un cross-road para poetas de diferentes estilos, trasfondos e incluso países. Fue ideado por mi amiga Rossy Evelyn Lima, una bella inmigrante mexicana en Estados Unidos quien, desde que la conocí allá por 2010, siempre ha buscado maneras de reunir a la gente común con la poesía, de borrar esa frontera entre Arte y arte (arte mayor y arte menor o, arte alto y arte bajo). Incluso, juntas, organizamos un pequeñísimo Festival de la Mujer cuando yo viví en McAllen, luego ella se quedaría dando talleres, conferencias y hasta una plática TEDx, promoviendo  el uso de la palabra para vencer líneas divisorias entre idiomas, culturas, países, clases sociales. 
Con la doctora Cristina Rivera Garza
   Rossy y su esposo Gerald Padilla se unieron a un grupo de emprendedores, con lo que consiguieron los recursos para poner en marcha lo que sería FEIPOL, que se llevaría a cabo por primera vez en el 2016. Yo asistí a su segunda emisión el 5, 6 y 7 de octubre del 2017, donde los poetas de honor fueron Jorge Galán, salvadoreño que viajó desde España al evento, pues ahora reside en Madrid; Cristina Rivera Garza quien viajó desde Houston; y Jorge Miguel Cocom Pech, poeta de la Nación Maya radicado en la Ciudad de México.
      Además hubo pláticas de personajes como Tony Díaz, creador del proyecto social Librotraficante, y Norma Romero, fundadora de una organización llamada Las Patronas que ofrece comida, alojamiento y hasta servicio médico a inmigrantes centroamericanos viajando en el tren La Bestia. Para aquellos no familiarizados con el tema, La Bestia es un ferrocarril que cruza todo México; al año, miles de inmigrantes en condiciones de pobreza se suben al lomo de esta máquina (en el techo) y emprenden un riesgoso viaje que dura días y a cuyo destino final a veces no llegan vivos.
La fotógrafa Verónica Cárdenas, vieja amiga mía.
      Otras artes estuvieron integradas en el festival: la obra de teatro "Manos de Mariposa" del director Domingo Ferrandis -pionero de la Dramaterapia en España-; exposición de pinturas de Gaby Rico y Carla Pierantozzi; fotografía de Verónica Gabriela Cárdenas y Asael Pérez y escultura de Samantha Isabel García. Casi todo versó en torno al tema de la inmigración y la desigualdad social entre ciudadanos de países como México y Estados Unidos. 
     Más de cuarenta poetas participaron en el resto de actividades, venidos en su mayoría de México. Desde Nuevo León se presentaron Luis Aguilar, Fernando Elizondo, Oscar David López, Nora L. Castillo, Eduardo Zambrano y Leticia Sandoval. De Tamaulipas, Norberto Flores, Jorge Sáenz, Eréndira Santillana, NoraIleana Esparza, Shantal Olvera y Eduardo Valdez Richaud. De Chiapas, Rosa Vázquez Jiménez. Del Distrito Federal, Edna Ochoa. También saludé a otros latinoamericanos radicados en Estados Unidos como el tamaulipeco Abel Badillo, el venezolano William Guaregua y la colombiana Vanessa Torres, los tres viviendo en Houston; Leonardo Nin, dominicano radicado en Nueva York; Anakaren Dávila y Andrea Flores en Austin; Guadalupe González y yo, en Dallas. Nos acompañaron dos eruopeo-mexicanos: Fiorella Pierantozzi, italiana que vive en Baja California, y Samir Delgado, español de las Islas Canarias viviendo en Durango. Por supuesto, también hubo nativos tejanos de Corpus Christi y Brownsville: Javier Villarreal, Christopher Carmona y Brenda Nettles Riojas.
Shantal Olvera, Andrea Flores, Anakaren Dávila, Erika Said y Norberto Flores
    El programa estuvo tan nutrido que resultó un poco pesado quedarse todo el día, pero cada momento lo valió. Había lecturas desde temprano en la mañana hasta mediodía, en ese lapso se incluía una conferencia, luego hacíamos pausa para ir a comer, donde nos separábamos en grupos pequeños en los cuales convivíamos más cercanamente los poetas. Me sentí particularmente cercana a Jorge Galán, Jorge Miguel Cocom Pech, Norberto Flores, Diana Ríos, Samir Delgado, Rosy Vázquez y Leonardo Lin -a estos últimos me los llevé por un elote e incluso, una vez que se hizo de noche, a bailar salsa al bar Havana Club-. Por las tardes regresábamos para la plática del poeta de honor (una por día), más lecturas de poesía y eventos variados como la obra de teatro o un concurso de declamación para jóvenes.
     Sólo dos noches nos fuimos de rumba: la vez de la Havana y la primera noche, a un bar alternativo llamado Yerbería Cultura a donde me llevé a los de Monterrey. En general pude sentirme cercana a casi todos los poetas con los que logré entablar conversación. Por lo demás, acabábamos agotados cada noche. Como cierre hubo una elegante cena de honor con más de diez postres diferentes, manteles largos y vino, ahí platiqué con Cristina -a quien ya conocía de talleres y congresos-, me despedí de Jorge e ideé proyectos con Samir Delgado.
     Meses antes de este festival yo había perdido un poco la fe en mi consagración a la literatura, había decidido dejarla por la paz y empezar a explorar otros rubros, como el de la psicología o el de la fotografía. Pero tras este encuentro me inyecté de una energía nueva que es la que me ha mantenido trabajando en lo que va del 2018, cuando apenas logro ajustarme, poco a poco, a la vida sin mi madre. Estoy, pues, sembrando semillas, regándolas de cierta forma con la energía que me dio este encuentro entre colegas; ahora sólo espero algún día mis semillas den frutos ...y volvérmelos a topar. 
Por cierto, ya está la convocatoria FEIPOL 2018 para quien guste animarse a ir.


jueves, 18 de enero de 2018

Yo fui una adolescente feminazi


Texto originalmente publicado en el primer número (noviembre, 2017) de Y la nave va: revista cultural.

¿Qué motiva a unas chicas de dieciséis años a formar una banda? Aún me lo pregunto cuando pienso en Menstrual Power, que si bien no fuimos la primera banda de mujeres de Tampico, nuestra ciudad, sí fuimos la primera banda de mujeres adolescentes. 
    Melissa Ortuño y yo debutamos como rockeras en el Festival de Expresión Artística de la preparatoria del Instituto Cultural Tampico (ICT), mismo colegio que vio caminar a Rockdrigo González y al Subcomandante Marcos entre sus pasillos. Aquel primer grupo musical se llamó SPM (acrónimo de Síndrome Pre-menstrual), interpretamos canciones de las new-metaleras Kittie y de Deftones. Esa noche fuimos descubiertas por Jorge Hernández, el psicólogo de la escuela, quien además era músico y productor amateur, él nos puso en contacto con su prima Sandra Hernández: una baterista delgadita, bajita, diez años mayor que nosotras pero se veía de nuestra edad, usaba playeras de Misfits y The Ramones, era novia del Dodo, conocido guitarrista local. 
Lo de “Menstrual” se me ocurrió a mí y la idea era “provocar y transgredir”, como buena punk en desarrollo. Hasta mucho después entendí que con ello estaba ejerciendo un feminismo al cual estuve expuesta, indirectamente, gracias a la cultura popular misma.
     Según las feministas -y según yo- la menstruación no es algo de lo que debamos avergonzarnos las mujeres, es un tema del cual se debe hablar libremente sin conmoción o vergüenza. Hoy es común hablar de ello en parte gracias al feminismo, pero hace décadas era impensable mencionar la palabra “menstruación” en lugares públicos. De ahí “Menstrual Power”, un nombre que ahora a la distancia de los años me parece que llevaba en sí el espíritu de principios del siglo XXI. Teníamos una canción llamada Succubus que era la voz de un demonio femenino hablándole a su víctima. Otra se llamaba Siete días impura y discurría sobre cómo en los tiempos de Cristo las mujeres eran enviadas lejos de la ciudad por siete días cada vez que les llegaba su período menstrual. Otros títulos hablaban de emociones (un tema por demás femenino) e incluso del aborto. Éramos feministas sin saberlo. 
De niña crecí con caricaturas como Josie and the Pussy Cats y Jem and the Hollograms, donde las protagonistas cantaban en bandas formadas por mujeres que rockeaban con mucho estilo. Eran estímulos visuales a la vez que auditivos para una niña que desde temprana edad comenzó a mostrar sensibilidad por el arte. Gracias a las aspiraciones clase-medieras de mi familia –lo cual agradezco-, tuve lecciones de pintura, de piano, fui parte del coro de la escuela y escribí poesía que mi abuela celebró. 
     Vivía en una privada en la Colonia del Maestro, mi madre trabajaba tiempo completo y aún llegaba a casa a bordar vestidos o hacer moños de niña para vender; como madre soltera, siempre buscaba formas de incrementar el ingreso familiar. Aunque algunos puedan pensar que descuidó a sus hijas, la verdad es que los vecinos de la privada estaban en situaciones similares, casi todos nos conocíamos y como había muchos infantes, pudimos llevar una niñez en hermandad, sin peligro, sin soledad y, mejor aún, sin mucha supervisión adulta: libertad total. Yo solía jugar al futbol con los niños mientras las niñas jugaban a las muñecas. Uno de mis vecinos, Ricardo Vela, era fanático de Jim Morrison. Hoy Ricardo es un guitarrista reconocido en la escena post-rock de Monterrey. 
      Otro recuerdo de mi niñez fue en medio de la fiebre por Gloria Trevi. Hay que aclarar que Trevi poseía un look prestado un poco de la Madonna new-wave ochentera y un poco del post-punk gótico que a finales de los setenta iniciara Siouxie Sioux. El Boom Trevi se dio en los noventas, más de una década después de Madonna y de Siouxie. Por entonces asistí a una piñata en el patio de una casa donde participé en un concurso de baile; en cuanto se oyó el bombo de Pelo Suelto mis compañeras comenzaron a bailar, yo corrí a esconderme en el cuarto de servicio, ahí vi una escoba y encontré la manera de sobrellevar mi vergüenza: regresé al “escenario” tocando una guitarra imaginaria con la escoba. Lo recuerdo bien porque gané  el concurso. 
En México vivíamos el gobierno de Salinas de Gortari, estabilidad económica, los albores de la entrada del nuevo siglo. Yo alimenté mi acervo cultural y musical con lo que me llegaba de la televisión por cable y mis visitas anuales a McAllen, donde participé fervientemente del consumismo que la firma del Tratado de Libre Comercio había facilitado. Estados Unidos pasaba por una moda juvenil neo-hippie que imitaba a la de los años sesenta. En las tiendas vendían pantalones acampanados, blusas sicodélicas, cuadernos y calcomanías con leyendas como “Girl Power” (“Poder de chica”). A los doce años compré mi primer CD: Torn, de la cantautora Natalie Imbruglia. Estaba aprendiendo inglés, ello me hizo apreciar sus letras y comenzar a escribir mis propias canciones. Me enseñé a tocar la guitarra. Después de ese CD, compré el Celebrity Skin de Hole, el Nevermind de Nirvana y She’s got issues de The Offspring: me había convertido al rock alternativo. 
En secundaria me fui a vivir a Ciudad Juárez donde entré en contacto con la sociedad fronteriza, menos tradicionalista que la tampiqueña. Ahí terminé de erigirme como punk / grunge / new-metalera. Volví a Tampico con un look dark y mucha seguridad en mí misma. Antes de irme a Juárez sufrí de baja autoestima, nunca terminé de encajar en el mundo católico derechista del ICT. En Juárez me reafirmé como mujer y como rockera, tuve admiradores, amigos que escuchaban la misma música que yo, que se vestían como yo, que preferían ir a un concierto de rock en vez de a una tardeada a bailar. Incluso volví siendo novia de quien hoy es mi esposo, un rockstar local de Texas, guitarrista de una banda llamada Fake Clone. Volví siendo otra y esa otra fue quien creó Menstrual Power.
Por entonces escuchaba música riot grrl, la versión femenina/feminista del punk, chicas que promovían el empoderamiento de la mujer y tenían muchas ganas de derrocar al patriarcado con algo tan inocente como canciones llenas de gritos. Comencé a coleccionar discos de grupos donde tocaban mujeres. Me uní a foros de Internet donde las bandas de mujeres de México dialogábamos. Aún con todo esto, no supe del feminismo propiamente hasta que estuve en la universidad, muchos años después de mi banda adolescente. 
    Y esa fue, en breve, la historia cronológica de mi rockerismo y también, un poco, la de mi feminismo, pues sin duda ambas tendencias en mí han ido siempre de la mano. Y aunque fui de un grunge tardío al new-metal, del punk al post-punk, de ahí al metal, luego al rock gótico, luego al new wave, luego al new rave, luego al electrónico, luego al indie dance, luego al indie rock, luego al shoegaze, luego al dream pop, luego… bueno, no ha sido tan simple como suena. Casi todos los géneros, aunque se odien, se ven obligados a ser amigos en mis listas de reproducción, hay unos que siempre me acompañan, como el post-punk, otros que ya no escucho, como el new-metal. También hay muchos en medio que no formaron parte de mi estilo de vestir, mas sí de mis gustos e influencias: jazz, blues, bossanova, folk, salsa, tango, huapango... Una melómana no se conforma con un solo estilo, tiene que probar de todo. Ahora mismo, sólo como otro dato irrelevante de esta nota: mientras escribo suena Everything Now de Arcade Fire.

martes, 16 de enero de 2018

“Oscura palabra” de José Carlos Becerra (Fragmento)

A mis hermanas
Mélida Ramos de Becerra
† 6 de septiembre de 1964
4
Esta noche yo te siento apoyada en la luz de mi lámpara,
yo te siento acodada en mi corazón;
un ligero temblor del lado de la noche,
un silencio traído sin esfuerzo al despertar de los labios.

Siento tus ojos cerrados formando parte de esta luz;
yo sé que no duermes como no duermen los que se han
perdido en el mar,
los que se hallan tendidos en un claro de la selva más
profunda
sin buscar la estrella polar.
Esta noche hay algo tuyo sin mí aquí presente,
y tus manos están abiertas donde no me conoces.

Y eso me pertenece ahora;
la visión de esa mano tendida como se deja el mundo
que la noche no tuvo.
Tu mano entregada a mí como una
adopción de las sombras.
(20 de diciembre de 1964, México)
6
Yo sé que por alguna causa que no conozco estás de
viaje,
un océano más poderoso que la noche te lleva entre
sus manos
como una flor dispersa…

Tu retrato me mira desde donde no estás,
desde donde no te conozco ni te comprendo.
Allí donde todo es mentira dejas tus ojos para mirarme.
Deposita entonces en mí algunas de esas flores que te han
dado,
alguna de esas lágrimas que cierta noche guiaron mis ojos
al amanecer;
también en mí hay algo tuyo que no puede ver nadie.
Yo sé que por alguna causa que no conozco te has ido
de viaje,
y es como si nunca hubieras estado aquí,
como si sólo fueras —tan pronto— uno de esos cuentos que
alguna vieja criada
me contó en la cocina de pequeño.

Mienten las cosas que hablan de ti
tu rostro último me mintió al inclinarme sobre él,
porque no eras tú y yo sólo abrazaba aquello que el
infinito retiraba
poco a poco, como cae a veces el telón en el teatro,
y algunos espectadores no comprendemos que la función
ha terminado
y es necesario salir a la noche lluviosa.

Más acá de esas aguas oscuras que golpean las costas de
los hombres,
estoy yo hablando de ti como de una historia
que tampoco conozco.
(6 de febrero de 1965, México)

7
madre, madre,

nada nos une ahora, más que tu muerte,
tu inmensa fotografía como una noche en el pecho,
el único retrato tuyo que tengo ahora es esta oscuridad,
tu única voz es el silencio de tantas voces juntas,

es preciso que ahora tu blancura acompañe a las flores
cortadas,
ningún otro corazón de dormir hay en mí que tus ojos
ausentes,
tus labios deshabitados que no tienen que ver con el aire,
tu amor sentado en el sitio en que nada recuerda ni sabe,
ahora mis palabras se han enrojecido en su esfuerzo de
alzar el vuelo,
pero nada puede moverse en este sitio donde yo te respondo
como si tú me estuvieras llamando,
nadie puede infringir las reglas de esta mesa de juego a la
que estamos sentados,
a solas como el mar que rodea al naufragio
hemos de contemplarnos tú y yo,
nada nos une ahora, sólo ese silencio,
único cordón umbilical tendido sobre la noche
como un alimento imposible,
y por allí me desatas para otro silencio,
en las afueras de estas palabras,
nada nos tiene ahora reunidos, nada nos separa ahora,
ni mi edad ni ninguna otra distancia,
y tampoco soy el niño que tú quisiste,
no pactamos ni convenimos nada,
nuestras melancolías gemelas no caminaban tomadas de la
mano,
pero desde lejos algunas veces se volvían a mirarse
y entonces sonreían,
ahora un poco de flores para mí
de las que te llevan,
también en mí hay algo tuyo a lo que deberían llevarle flores
ese algo es el niño que fui,
ya nada nos une a los tres,
a ti, a mí, a ese niño,
(22 de mayo de 1965, México)

 
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